
La mayoría de las veces que escucho a Chris Cornell haciendo una balada, me lo imagino sentado en una precaria silla de madera, en medio de un cuarto completamente abandonado, con la nada misma alrededor, con un vaso de whisky en la mano, derramando su contenido porque gesticula enfáticamente de borracho y con la botella en el piso (a una distancia similar a la que está esa lata en el vídeo) con un fino hilo de bebida en el fondo. Éste cover, afortunadamente, no es la excepción.